Tras el parón veraniego, el club de lectura de cómic ha vuelto a la Biblioteca Lope de Vega. Así, el pasado martes 6 de octubre se celebró la primera sesión de un nuevo ciclo, en el que se hizo un recorrido histórico por el cómic español, para entender los cambios que se han producido en este medio y cómo es el mercado actual.
Tras unos comienzos en la prensa escrita a finales del siglo XIX, similares a los de muchos otros países europeos o Estados Unidos, la historieta comenzó a dirigirse al público infantil. Así, publicaciones infantiles como TBO incluyó entre sus contenidos páginas de cómic, que se volvieron tan populares que pronto fueron las protagonistas de estas revistas. De hecho, TBO alcanzó tal fama que acabo dando nombre, por metonimia, al conjunto del medio: los tebeos.

La guerra civil supuso una quiebra total en el desarrollo del cómic. Aunque, poco a poco, la incipiente industria del tebeo fue recuperándose, en un contexto muy diferente marcado por la escasez del papel y la ruinosa economía. Solo la radio y los tebeos ofrecían entretenimiento popular accesible a casi todo el mundo. Los tebeos se compraban, pero también se prestaban, se cambiaban y se leían en la calle. Eran revistas o cuadernillos impresos con técnicas deficientes y materiales baratos, pero que, para muchos niños y niñas, supusieron una ventana a la fantasía y la aventura.
Series como El capitán Trueno, El guerrero del antifaz, Mis chicas, Roberto Alcázar y Pedrín o Mary Noticias, y personajes como Doña Urraca, Zipi y Zape, las Hermanas Gilda o Mortadelo y Filemón se convertirían en parte de la memoria sentimental de varias generaciones de españoles.
Sin embargo, mientras que en el resto del mundo el cómic vivía una auténtica revolución en los años 60, la censura franquista siguió considerando los tebeos como productos de escaso valor artísticos y propios únicamente de un público infantil, lo que restringía sus contenidos. No fue hasta el tardofranquismo y, sobre todo, la transición a la democracia, que comenzaron a aparecer nuevas revistas que recogieron todos esos vientos de cambio en el cómic. Cabeceras como Star, Bésame Mucho o El Papus desafiaron la censura y la moral del agonizante franquismo.

A partir de 1977, comienza el llamado “boom del cómic adulto” en España. Diversas editoriales aprovechan la libertad de prensa de la reciente democracia para publicar revistas en las que recogen lo más importante del cómic adulto europeo y americano de las últimas décadas: Moebius, Richard Corben, Guido Crepax, Druillet y muchos otros, que se unen a la primera generación de españoles que quiso hacer un cómic autoral: Carlos Giménez, Alfonso Usero, Josep Maria Beà o Enric Sió, entre otros.
Cabeceras como Cimoc, Comix Internacional o Zona 84 respondieron a este modelo, mientras que El Víbora, Cairo y Madriz apostaron por un cómic más moderno, en sintonía con los nuevos movimientos artísticos que experimentó el país, muchas veces dando espacio a nuevas generaciones de autores que serían, a la postre, muchos de los que después protagonizarían las siguientes décadas.

Porque el paradigma cambiaría totalmente en la década de los 90: la explotación del modelo de publicación en revista y la incapacidad de modernizar sus contenidos se sumaron a la competencia de otras formas de ocio y del cómic americano y japonés y acabaron por hundir aquel efímero boom. Durante toda esa década, los autores españoles prácticamente se quedaron sin opciones de publicación profesional, y tuvieron que dedicarse a otros sectores o trabajar para otras industrias del cómic. Encontramos, no obstantes, pequeños sellos editoriales, revistas autogestionadas y fanzines que mantienen viva la llama de un cómic de autor, alejado de lo infantil y de la copia del material extranjero.
Eso es lo que permitirá, a finales de los 90, un renacimiento, lento pero seguro, gracias a nuevas generaciones de autores y de editoriales como De Ponent, Sins Entido y Astiberri, que recogen las nuevas sensibilidades y empiezan a apostar por el libro como formato de publicación. Gracias al creciente interés de los medios de comunicación, a la llegada del cómic a puntos de venta generalista y al talento de los autores, poco a poco se va consolidando un nuevo panorama que recoge a los supervivientes de los 80 y 90 y a nuevas olas de aristas. En el año 2007 se crea el Premio Nacional de Cómic y se publican Arrugas de Paco Roca y María y yo de Miguel Gallardo, dos títulos imprescindibles para entender el devenir de la novela gráfica española y para llegar al gran público.

Desde entonces, el cómic español se ha diversificado para alcanzar todo tipo de temáticas, desde la no ficción a la aventura, pasando por la autobiografía, el cómic experimental o de vanguardia y los géneros más tradicionales. A pesar de que el mercado debe crecer todavía, el nivel artístico de sus autores es excelente y muy heterogéneo, como demuestra el trabajo de Álvaro Ortiz, Ana Galvañ, María Medem, David Rubín o Antonio Altarriba, y como esperamos que demuestre la lectura de Las meninas de Santiago García y Javier Olivares, el primero título de este nuevo ciclo del club de lectura de cómic de la biblioteca.